martes, 24 de junio de 2014

SogneFjord Día 01, Oslo - Flam - Aurland (23-24 mayo 2014, 8,5 km)


Ya de regreso de tierras escandinavas voy a empezar a desgranar lo que ha sido mi experiencia en estos días de viaje, periplo duro en ocasiones pero con balance absolutamente positivo. Sobre la marcha, y por circunstancias que se fueron dando, introduje alguna pequeña variación sobre la ruta prevista. El resultado han sido 350 kilómetros de travesía en kayak, desarrollados en 12 etapas, y otros 55 a pie y barca hinchable distribuidos en 2 jornadas. Lo cual hace un total de 405 km de travesía cubiertos en 14 jornadas. El resto de días, hasta completar los 18 de viaje, los empleé en desplazarme de Oslo a Flam al inicio y a la inversa para la vuelta, visitar el glaciar de Nigardsbreen y también recorrer la capital antes de partir de vuelta hacia Madrid.


El inicio del viaje me resulta algo más complicado de lo esperado por el gran peso que transporto conmigo y por una anécdota que acontece en el aeropuerto. Antes de venir al aeropuerto he tenido que hacer malabarismos para empacar en el mínimo espacio y peso todas mis cosas, pero aún así sobrepaso el límite de peso permitido. Vuelo con Ryanair y como equipaje facturado he contratado el máximo posible, 2 maletas de 20 y 15 kilos respectivamente, más la pieza de equipaje de mano de 10 kilos. El peso de mis 2 maletas facturadas supera en unos 7 el límite, abono 50 euros de penalización por ello, pero me quito un peso de encima y nunca mejor dicho, ya que en total me estoy desplazando con 52 kilos de equipo y comida.

Durante la facturación del equipaje surge el imprevisto que anima sin yo quererlo este comienzo del viaje. Estoy en la cola para facturar cuando se acerca una mujer y pregunta si alguien vuela a Oslo. Sólo estamos dos personas haciendo fila, y la otra es guiri de no entender ni papa de español, así que soy yo el único que contesta. Le digo que sí vuelo a Oslo y ella me explica algo atropelladamente que en el control de seguridad le han sacado un souvenir del equipaje de mano, una espadita tipo abrecartas recuerdo de Toledo, que al considerarse un arma punzante no puede llevar en el avión y por lo tanto iba a serle retirada. Me pide el favor de facturarla dentro de mi equipaje, dice que es un recuerdo que lleva para su hija y que tiene que darse prisa porque debe volver al control de seguridad. Empatizo con la situación ya que hace unos años por un despiste metí un par de navajas de pescador con cierto valor sentimental en el equipaje de mano en lugar de en la maleta facturada, y me las quitaron al pasar por el control de seguridad. Además la mujer saca la espadita del pequeño sobre en el que va empaquetada para que yo vea de qué se trata. Tras dudar unos segundos cojo la espada, la guardo en su sobre y la meto en un bolsillo de la mochila. 

Aunque meter objetos de otra persona en tu maleta es algo que todos hemos escuchado unas mil veces que no debe hacerse, yo lo acabo de hacer sin darle de entrada mucha importancia al asunto. La historia y el objeto me han parecido inofensivos e inocentes, así que estoy tranquilo. Pero mi tranquilidad se empieza a tornar en preocupación cuando al entrar a la zona de embarque y llegar a la puerta asignada a nuestro vuelo, no veo por ningún lado a la mujer. Seguramente estará tomando algo o viendo tiendas, pienso para calmar mi mente. Pero pasa el tiempo y sigo sin verla, así que empiezo a darle vueltas al asunto. ¿Habrá algún detalle que se me ha escapado? ¿Quizá el sobre llevaba algo raro dentro? ¿Por haber querido ayudar a esa persona me estaré metiendo en un lío que me arruine la expedición? Las preguntas se van agolpando en mi cabeza y me estoy empezando a poner nervioso. Falta poco para que llegue la hora de embarcar, me acerco al mostrador y le cuento lo sucedido a la chica de la compañía que allí se encuentra. Me contesta que no tendría que haberlo hecho, obviamente, pero que esté tranquilo que seguramente no suceda nada malo. Toma nota de mi nombre para verificar si mis dos maletas han pasado todos los controles y están ya en el avión. Ya estamos embarcando y aún no veo a la mujer del souvenir y la chica aún no ha recibido el aviso del ok a mis maletas. Paso cinco minutos de incertidumbre mientras espero junto al mostrador y veo que la gente va entrando para embarcar en el avión. En la fila veo de repente un rostro familiar, es la mujer que por fin aparece. Me acerco a hablar con ella, dice que estaba en la cafetería y por eso no la he visto. Le explico la situación y le pido que se quede conmigo hasta que me confirmen que mi equipaje está embarcado. Ella acepta, lo cual me tranquiliza y empezamos a charlar. Es colombiana, esposa de un funcionario de su embajada en Oslo, y a tenor de sus explicaciones todo parece un malentendido. Finalmente la chica que está embarcando el vuelo recibe un llamada y tras colgar me dice que mi equipaje está en bodega y no hay ningún problema. Le doy las gracias y entro ya a la pasarela para acceder al avión. En el futuro no se si volveré a hacer más favores de este tipo, porque la situación me ha generado más quebraderos de cabeza de los que deseaba para este inicio de viaje.

El vuelo llega a Oslo Rygge a las 23:30, y desde el aeropuerto tomaré el bus que me debe desplazar a la estación central de autobuses, donde pongo el pie en torno a la 1. Me despido de la mujer colombiana, a la que ya he devuelto su recuerdo de Toledo. El plan ahora es sacar el carro para poder transportar en él mi kayak, echarme la mochila grande a la espalda y la pequeña al torso, y dirigirme con mi carga a la cercana estación de tren. En la estación de tren debo pasar unas horas, hasta las 6:30 que parte un tren hacia Myrdal. Estoy preparando mis bultos cuando al colocar y amarrar la mochila del kayak en el carro y probar a llevarlo un momento, para comprobar si está bien asentada la carga, al carro se le sale un tubo de su posición. Feo contratiempo, pues si el carro se rompe estoy vendido de cara a poder transportar mi equipaje.

Por fortuna aparece por allí un curioso personaje aborigen que, con signos evidentes de estar bajo los efectos de sustancias psicoactivas seguramente alucinógenas, insiste en echarme una mano. El mozo viene en bici, pero no me explico como, en su estado de "felicidad", es capaz de montar en ella sin caerse. Intenta enfocarme mientras hablamos, por como me mira parece como si observara dragones saliendo de mis orejas o alguna paranoia similar y no diera crédito a sus ojos. El caso es que con su ayuda logro arreglar el carro, cargo todo y él mismo me acompaña a la estación de tren. Ésta resulta estar cerrada, son ya más de las 2 y por lo visto la estación queda cerrada entre esta hora y las 5 de la mañana. Decidimos quedarnos a esperar sentados en unas sillas de una terraza de bar aledaña a la estación. Al poco de sentarnos la conversación empieza a escasear y nos quedamos ambos dormidos. Al abrir un poco el ojillo miro la hora, son las 4 y ya hay claridad casi como si fuera de día. En la calle hay gente aunque no mucha, y de vez en cuando pasa algún coche, pero el sueño vuelve a vencerme. Una hora más tarde me despierta el colega noruego, está montado en su bici. Dice que se ha asomado a la estación y que ya está abierta. Pasamos al interior de la misma y me instalo con mis cosas en un banco del vestíbulo principal, mi tren ya aparece en el panel de salidas anunciado. Mi compañero comenta que tiene que ir a la tienda de informática a por una pieza de repuesto para su portátil y desaparece con su bici, una despedida algo surrealista pues son las 5 y poco de la mañana; vaya horarios más extraños tiene las tiendas de informática. Le doy las gracias y nos separamos, me quedo sentado en el banco y no tardo en volver a dormirme. Al poco noto que me dan un pequeño golpe en la pierna, es un guardia de seguridad que me dice que tengo que despertar. No me viene mal el toque de atención pues se aproxima la hora de salida de mi tren. Me acerco al andén donde está ya estacionado y subo con mi equipaje, tomo asiento y espero la salida. El tren es cómodo, y voy a tener unas cuantas horas para poder dormir y recuperar el sueño atrasado.

Al despertar miro el reloj, son las 11. He dormido unas 4 horas bastante profundamente. Hasta Myrdal queda una hora y media más, allí tengo que tomar el Flamsbana, el tren de Flam, que hace los 20 kilómetros de trayecto entre ambas poblaciones en una hora aproximadamente. Es un tren muy turístico por la espectacularidad de las vistas de su recorrido y lleva dando servicio desde 1940.

El último tramo del camino hasta Myrdal permanezco despierto y disfruto del paisaje nevado.




Al llegar a Finse el tren realiza una parada de unos minutos. Se puede bajar a estirar las piernas y admirar la vista desde la estación.


La nieve no escasea precisamente y se puede ver gente practicando esquí con vela.


En Myrdal realizo el transbordo y ya en el recorrido del Flamsbana empiezo a atisbar lo que me espera, espectaculares montañas de un profundo verde y surcadas por incontables torrentes de agua.



Al llegar a Flam tomo la foto de bienvenida y me aproximo a la orilla del fiordo.


Dejo mis cosas en algo parecido a una playa y voy a comprar aquellos víveres que no he querido transportar conmigo en el equipaje por su peso y volumen: agua, cerveza, zumo, galletas y pan principalmente. Desde Madrid he traído conmigo pasta, arroz, fideos chinos y embutido en cantidad suficiente para casi todo el viaje. El agua de deshielo que corre por cascadas y regueros hasta regar el fiordo allá donde miras debe ser potable, pero prefiero comprar también agua embotellada para alternar una y otra. 


 El montaje del kayak lo hago con ganas, casi con ansia, deseando entrar ya al agua. 



En algo más de hora y media el kayak ya está montado, estibado y con decoración especial para la ocasión.


Son alrededor de las cinco y empiezo ya mi andadura. Noruega en esta época del año ofrece una importante ventaja para las actividades al aire libre, me refiero a las horas de luz. El Sognefjord está en la mitad sur del país, pero aún así apenas llega a oscurecer aquí mas de 2 o 3 horas al día, y no de forma completa. Esto permite programar tus rutas contando con un amplio margen de maniobra.

En los primeros compases tengo que parar y dar la vuelta sobre mí mismo a cada poco, y es que la vista de Flam y del final montañoso del Sognefjord en esta zona es espectacular.




Tampoco lo que se observa hacia delante desmerece ni mucho menos. 


Un tema que tengo muy presente para el día de hoy es la final de Champions, no me la quiero perder de ninguna manera. En principio el plan es remar hasta llegar a Undredal y buscar un lugar allí para ver el partido. Pero antes de salir de España solicité información por mail sobre dónde se podría ver el fútbol en la zona y no obtuve respuesta por ningún lado. Como Undredal es una población muy pequeña, y corro el serio riesgo de quedarme allí sin opicón de ver el partido, cambio de plan y en lugar de dirigirme hacia allí decido quedarme en Aurland, que está en la margen derecha del derecha a unos 8 kilómetros de Flam y es una población media con un par de hoteles.


Desembarco a las afueras del pueblo, en una zona donde creo que podré pasar la noche después del partido. Son ya las 19 así que meriendo, me pongo ropa de seco y voy a investigar. Me acerco a un grupo de gente que se reúne en una explanada muy cerca de donde he desembarcado para preguntar por algún bar. Según me aproximo advierto que están todos mirando al cielo, giro la cabeza y veo que va a tomar tierra un paracaidista. No muy lejos de él hay otro hombre pájaro volando en círculos sobre la zona de aterrizaje. Un vistazo más atento al cielo y me doy cuenta de que hay un nutrido grupo de gente haciendo parapente. Hablo con uno de los que están en tierra, que me dice que vive en la zona y que hay una competición ese fin de semana. Del tema fútbol me comenta que bares no hay allí, pero sí un par de hoteles. Me indica que uno de ellos seguramente tenga tv satélite, y allí me dirijo. 

Al llegar no veo que el hotel tenga un bar como tal, sino una pequeña barra junto al mostrador de recepción. La tele está encendida pero no tiene sintonizado el fútbol y son ya las 20:30. Pregunto al recepcionista que no parece precisamente un tipo muy futbolero. Dice que allí no dan el partido en tv, y que cree que en Aurland no hay ningún sitio donde verlo. Para un español es difícil de entender un pueblo con más de mil habitantes sin bares donde poder ver un partido mientras tomas una cerveza. Pero en ese momento aprendo una lección importante, Noruega dista mucho de ser España en ese sentido. Temiendo lo peor pregunto si al menos tienen wifi, y si puedo conectarme. Me contesta que sí, así que pido una cerveza, me conecto a la red y busco un enlace para ver el partido por internet desde el móvil. Alcanzo a sintonizarlo bien justo antes del comienzo, parece que la suerte me sonríe y voy a poder ver la final. Incluso un paisano de la zona, que llega con intención también de ver el fútbol, termina sentándose conmigo para verlo en la pantalla de mi móvil. Por desgracia a la media hora se corta la emisión y por más que lo intento no logro conectar ningún otro enlace, incluso el paisano me abandona después de un rato tras cortarse la señal. Así que me toca sufrir hasta el final sin poder verlo, recibiendo las noticias por mensajes de wassap y bebiendo cervezas sin parar para mitigar los nervios. El sufrimiento al final merece la pena, la ansiada Décima adorna ya las vitrinas del RMCF. 

Tras el partido regreso al lugar donde dejé el kayak, cansado y bastante borracho. Son poco más de las 12 y empieza a oscurecer. No tengo ganas de montar la tienda así que extiendo la lona, hincho la colchoneta, me meto en el saco y me dispongo a dormir en estado de felicidad total.